[Artículo escrito para el blog de Prana, Escuela de yoga en Julio del 2017.]
Estoy formándome como profesora de yoga en “Prana, Escuela de yoga” pero llegar a vivir esta experiencia no hubiera sido posible sin una serie de acontecimientos que, mirando en retrospectiva, fueron mágicos, ahora lo veo.
Conocí esta escuela en agosto del 2015 tras unas semanas intentando hacer yoga en casa viendo algunos vídeos en YouTube. Hasta unos meses antes pensaba que el yoga era para bohemios o frikis, unos “mochileros de mundo sin responsabilidades ni preocupaciones” pensaba. Yo era un espécimen de gimnasio (asidua desde los 19 años a las máquinas y la cinta de correr) pero comencé a practicar buscando soltar la ansiedad que provocaba mi trabajo. Me tropecé con unos vídeos de Elena Malova y, sin tener ni idea de que el yoga tiene muchas disciplinas, contacté con el hatha y me sentí totalmente atraída hacia él.
Consulté a varias personas sobre centros donde mejorar mi práctica y todos me recomendaron Prana. Todavía no era consciente de que era realmente una escuela formativa y asistí a las clases de verano que impartía Esther García. Un día, alguien anunció que iban a realizar una jornada gratuita de yoga para presentar el curso de formación y atraída como estaba a esto que acababa de descubrir y me hacía sentir tan bien decidí apuntarme enfocada en la mejora de mi propia práctica. Mientras, en el trabajo, las cosas no estaban yendo bien y un día, tras llegar al límite, decidí dejarlo, hice unas llamadas y me salió trabajo en Madrid el mismo día que tomé la decisión. Todo fue muy rápido pero no falté a esa jornada de yoga, estaba dispuesta a saborearla completamente antes de irme.
Y aconteció la magia. Lo que sentí me inundó de una felicidad que no recordaba en años. Lo más parecido que me viene a la mente es el amor de mi madre cuando me abrazaba siendo una niña. No sólo la práctica fue de lo más didáctica e instructiva, la gente que estaba allí eran increíbles. En la sala se percibía tanto amor y entrega al yoga tradicional que me abrumaba. Habían alumnos del curso de ese año y personas como yo, recién llegadas y preparadas para tomar una decisión.
En el momento de las conclusiones a la jornada cada uno dimos nuestras impresiones y yo comencé a llorar. Todavía no sabía qué me estaba pasando pero la emoción era tan intensa que sólo balbuceaba entre sollozos. Intentaba explicar cómo la vida me llevó a ese momento y que ahora me llevaba a Madrid por lo que sentía algo parecido a una dolorosa pérdida… me dolía no poder realizar ese curso con ellos. Fue realmente muy intenso.
Aquello tuvo mucha repercusión en mi vida hasta el punto que lo primero que busqué cerca de mi nuevo trabajo fue una sala de yoga y, después, una casa donde vivir que estuviera entre mi trabajo y mi casa. Mis prioridades habían comenzado a cambiar.
Antes de que se cumpliera un año trabajando en la transformación digital de dos grandes empresas y practicando hatha yoga clásico todas las semanas en la única sala de yoga que había en Alcobendas, en el verano del 2016 y percibiendo el final de los proyectos que me llevaron a la capital, decidí formarme como profesora de yoga. Era tanto lo que me aportaba emocional, espiritual y físicamente que lo vi claro como el agua. Comencé a investigar sobre las escuelas más próximas a mi casa en Alicante y en Alcobendas. Algo me decía que no cuajaría nada de trabajo en la capital así que mi mirada se posó finalmente en dos escuelas de Alicante.
Una de ellas estaba en Elche y comenzaba la formación en noviembre, Prana estaba a 15 minutos andando desde mi casa y comenzaba el último fin de semana de septiembre. Dudas, llamadas de teléfono y primer movimiento hacia Elche. Hablamos, me pusieron varios condicionantes y me pedían un anticipo económico bastante elevado pero era la opción que más encajaba en mi calendario porque volvía a Alicante a mediados de octubre.
Sin embargo, un conjunto de malentendidos y errores impidió que pudiera realizar el anticipo de dinero y aquello hizo saltar las alarmas. “¿Será que no debo ir a Elche?”… como un resorte sentí la necesidad de consultar a Prana sobre sus condiciones y calendarios. Todo fluyó, el anticipo era más asequible y todo eran facilidades. Había diferencias cualitativas con respecto al curso de la escuela de Elche y recordando la experiencia que tuve el año anterior en la presentación del curso sentí que era el momento, que era MI ESCUELA. Realicé el ingreso del anticipo y, ya está, no había marcha atrás, ¡ahora había que hacerlo! A pesar de estar todavía en Madrid asistí al primer módulo y aunque me supuso un gasto extra estaba tan decidida que no iba a perderme nada de esta nueva aventura.
Hoy, a punto de finalizar el primer año del curso, estoy totalmente convencida de aquella decisión. Cambiar del sector tecnológico al de la salud ha sido un lanzamiento al vacío para mí pero cada vez que practico mi sadhana, cada módulo que vivo con mi nueva y maravillosa familia, cada actividad que comparto con estas personas, cada minuto que aprendo y profundizo, cada lección, cada palabra en sánscrito, cada profesor… todo esto vale oro.
Desde esta nueva perspectiva todo tiene otro color, todo se vive de manera diferente. Ahora entiendo las caras de felicidad que siempre veía en las personas que practicaban yoga antes de practicar yo… No son frikis, sólo expresan y proyectan en sus rostros y en su vida el intenso amor que sienten por ellos mismos y por este universo que es el yoga.
El curso de Prana es intenso para mí, hay tanto conocimiento que interiorizar y tanta práctica que hacer que me faltan horas y días. Me hubiera gustado haber tenido menos prejuicios acerca de esta filosofía años atrás para haberlo encontrado antes pero hoy sé que todo lo que sucede es por una razón y sucede en el momento preciso. No puedo más que entregarme con una enorme gratitud y con la humildad suficiente para seguir aprendiendo.
Los profesores de la escuela tienen tanto conocimiento y aportan tanto que no hay palabras para describir lo abrumador que resulta a veces querer aprenderlo todo. El temario es denso para mí pero por el sánscrito que es como aprender un idioma nuevo, tiene un punto de exotismo que magnifica la práctica y la experiencia. Los compañeros de este curso parecen ser espejos ante mí porque me reconozco en muchas de sus actitudes, las que me gustan y las que no. Son una de las lecciones más valiosas de este curso porque desarrollan mi compromiso, mi comprensión, mi paciencia y mi aceptación ante los acontecimientos. Conocer sus inquietudes, compartir nuestros miedos, superar los retos juntos… me hacen descubrir una versión de mi de la que me siento muy orgullosa.
Me ayudan a recuperar la seguridad que un día perdí por un par de malas experiencias laborales. Me sumergí de lleno en el yoga este año y presiento que va a ser la mejor aventura que haya emprendido nunca. Gracias “Prana, Escuela de yoga” por ser parte de mi camino, por darme tanto amor y enseñarme sobre la vida a través de la perspectiva del yoga. Realmente sois mi prana, la energía que me alimenta para seguir adelante. Gracias por ofrecer este curso a la sociedad y hacer de este mundo un lugar mejor para vivir. Namasthe.
Me encanta este artículo, justo estoy en el mismo dilema que tú (Elche vs Alicante) y apenas encuentro información de otros alumnos anteriores.
Gracias por compartirlo!
Pues ya tienes mi experiencia de ejemplo. No me arrepiento de tomar aquella decisión. Prana para mi ha sido un regalo de vida. ☺️
Felicitaciones! Espero tus experiencias para hacer un alto en el camino! Son profundas y simples reflexiones! Movilizadoras! Gracias y acompaño con mucha energia tus iniciativas! Namaste!
Gracias por esa energía entonces 🙂 ¡siempre es bien recibida! Namaste.