Por el título intuiréis.

Si, desconozco cómo pero ese pequeño bichito llegó a mi cuerpo a primeros de mes. Lo que empezó siendo una gripe resultó ser la COVID que vino a visitarme.

Puedo decir que no ha sido una experiencia agradable, no desde el punto de vista médico sino social. Mi sistema inmune pudo contenerlo y los únicos síntomas fueron dolor del cuerpo durante un día y medio que me tuvo en cama las primeras 36 horas, ligero dolor de cabeza durante 4 días aproximadamente y ausencia de olfato a partir del 4º día tras los primeros síntomas. Hasta la ausencia de olfato, Albert y yo pensábamos que era una gripe porque un par de días antes de tener los primeros síntomas, él pilló un resfriado que le tuvo en casa un día. Es más, no le conté este último síntoma hasta el jueves. Hasta ese momento, nuestra lógica era «pues me lo has pegado amor mío» y ya.

Todo normal.

Dio la casualidad que todo comenzó un sábado y el martes era festivo, por lo que no di clases en la sala de yoga el lunes para recuperarme completamente para la sesión del miércoles. Sin embargo, yo me encontraba suficientemente bien para comenzar mi semana. Contenía el ligero dolor de cabeza que me quedaba con 2 paracetamol al día —una pastilla por la mañana y otra por la noche— y fui marchando.

El martes estuvimos con unos familiares y tuvimos comida familiar en casa. ¿Síntomas? ni mocos, ni fiebre, ni dolor de garganta… sabores ok, olfato ok, dolor de cabeza controlado, todo ok. Lavadita de manos frecuente, mascarilla en su sitio salvo en casa y para comer, algunas compras express a la panadería, poco más.

Miércoles, única salida: un entrenamiento personal y la clase de yoga por la tarde. Una sesión detrás de la otra. Mascarilla en su sitio todo el tiempo y distancia de seguridad. Esa tarde percibo que no detecto los olores. Susto inicial pero ya sobre la esterilla en el entrenamiento personal… mente centrada en el ahora, luego analizo esto.

La mente a mil…

Pensamientos se intercalan con el entrenamiento a mi alumna…»nunca me ha pasado ¿será la COVID?, mascarilla puesta todo el tiempo. Sea la COVID o un simple resfriado, que nadie esté en riesgo por ninguna de ambas posibilidades

Llego a casa por la noche y me tomo la temperatura. Todo bien, «no puede ser COVID«. Busco info en internet, consulto algunas webs de salud y la del ministerio… Algunas lo asocian al COVID, otros a un síntoma aislado de la gripe, otras dicen que a veces se confunde la gripe con la COVID, otras me lían más incluso por tener contradicciones más raras. «Bueno, no seas alarmista, ten el cuidado que siempre has tenido, no has estado con nadie con COVID y tus únicas interacciones han sido al ir a por un café con leche en la cafetería/panadería del centro de pueblo, ¡ahí tocaste mesas que no sabes si desinfectaron! En tu sala todo se desinfecta constantemente, hay espacios de seguridad, te lavas las manos cada dos por tres… No puede ser COVID. Venga, estás en la cola de la gripe y en un par de días te olvidarás de esto.» La semana continúa.

Jueves por la mañana, otra clase y conversación express con mi compañera donde salió el síntoma clave. Me recomendó hacerme el PCR para quedarme tranquila y me pareció adecuado, más teniendo en cuenta que trato con muchas personas y que mis síntomas sean tan escasos no implica que, si lo transmito, otras personas podrían no tener un sistema inmune tan fuerte y pasarlo verdaderamente mal. Segundo susto, esta vez si que me entra miedito. Lo que menos quisiera es que otros sufrieran por haber estado expuestos de alguna manera aunque yo vaya con cuidado… Vuelvo a casa. Llamada al centro de salud de Malgrat de Mar y cita para el viernes a las 14 h. Resultados a las 19:45 h…

«—¿María José Castañer?
— Si, soy yo.
— Le llamo del CAP de Malgrat, ¿está sentada?
— Si, ¿tan grave es doctora? —digo con broma pensando que me daría buenas noticias.
— Es usted positiva. Le cuento el protocolo.»

conversación telefónica con la informadora del cap

Incredulidad. Risa floja. Pongo el manos libres y mi pareja escucha todo lo que hablamos. Van pasando los minutos y el teléfono hecha humo. Avisamos a los familiares de Malgrat con los que comimos el martes primero, a mi madre después. Todos intentando asimilar el dichoso protocolo y «la posibilidad». Comienza lo peor de mi experiencia COVID.

Al principio del artículo os contaba que a nivel médico no supuso nada, NADA. Hace más de 15 años que no me vacuno ni pillo nada que me obligue a estar en cama más de unas horas «reposando y sudando» algo. No uso medicación convencional a no ser que lo que tenga me impida continuar con lo que necesite atender. Esto que había pillado no parecía nada más grave que una primera gripe en 15 años que me obligaba a respetar cama el domingo. Mi preocupación por mis familiares pasaba al primer plano del escenario con esta noticia.

De la noche del viernes a la mañana del sábado vi como a 6 personas se les imponía un confinamiento preventivo de 7 o 10 días a fin de comprobar que no desarrollaran síntomas. El domingo les tocaría la prueba.

Desde el minuto posterior a la llamada del CAP, mi pareja y yo iniciamos nuestra primera «crisis matrimonial» como describía él entre risas. Yo comencé a dormir en otra habitación, a usar guantes de latex, llevar la mascarilla dentro de casa, ropa separada, comer separados, lavar la ropa separados y limpiar el baño tras cada uso para evitar pegarle el bicho. Algo absurdo para nosotros teniendo en cuenta que si lo tenía ya se lo habría pegado entre el sábado que comenzaron los síntomas y ese viernes… ¿una semana entera y él está bien? El domingo todos pasarían por la prueba PCR para comprobar que ninguno llevara al ocupa. Lo que sentía iba pasando entre la impotencia, la frustración y la sensación de culpabilidad.

Sensación de culpabilidad in creccendo

El viernes solté algunas lagrimillas por todo lo que estaba sucediendo, pero el domingo rompí en un llanto infantil por sentirme no solo culpable de limitar la libertad a unas personas a las que quería, sino también por sentirme desplazada, despechada y despreciada por la sociedad. Este protocolo sería necesario según los expertos pero a nivel social deja una mala impronta en el corazón emocional.

No poder ser abrazada ni abrazar. Sentirme juzgada por mis allegados y tener unos hábitos temporales que reforzaban esa sensación de «tengo la peste» me hicieron pasar unos primeros días muy malos a nivel emocional.

Y dejamos de recibir sustos: todos mis familiares dieron negativo, ¡menos mal! Yo era la única que se contagió sin saber cómo.

…A pesar de todo, soy afortunada. MUCHO. Otras personas ya no pueden contarlo. A unos les quedan secuelas y otros han estado en la UCI con más aislamiento todavía… si yo me he sentido así con tan poco ¿cómo se sentirán o se habrán sentido esas personas? no puedo ni imaginármelo. De repente, nada por lo que quejarme, soy MUY AFORTUNADA, no tengo secuelas.

Hoy empieza a fluir la libertad de nuevo y sin embargo, soy consciente que he sido una víctima más del COVID. He recibido su visita y sin saberlo, he puesto en riesgo a otros a los que aprecio. En 3 días es Nochebuena y siento que el sabor agridulce de esta experiencia quedará en el ideario colectivo de la familia.

Hasta que la sensación de seguridad no vuelva a la sociedad (a través de vacunas o de inmunidad colectiva) sospecho que me culpabilizarán por a saber qué: «no tomé suficientes medidas de seguridad», «no interpreté bien los síntomas», «fui una irresponsable por salir a la calle con un dolor de cabeza», «me descuidé en las distancias de seguridad», «me quité la mascarilla cuando no debía«… qué más da lo que piensen, cualquier justificación será suficiente para ellos porque, por mi culpa, tuvieron que quedarse en casa encerrados sin poder trabajar, atender sus necesidades, etc.

Sanando las heridas

A mi me toca ahora soltar esta mochila de culpabilidad y posibles prejuicios ajenos a mi control. LLevará tiempo. Y las fechas que vienen no ayudan. Necesitaríamos sanar los «por qués que rondan en las cabezas» de todos y trascender estas creencias mientras intentamos poner sonrisas a nuestras vidas va a ser difícil, al menos para mi.

Pero, de nuevo, al haber practicado durante años la meditación, la atención plena, las âsanas… dispongo de recursos que me han ayudado a llevar el confinamiento desde la llamada del CAP y no os imagináis cuán agradecida estoy por ello. Aprendí a no culpabilizar «al otro» o «a aquello» de mis experiencias gracias al yoga y la meditación, también a autogestionar mis emociones y, en una situación como esta, me están ayudado a transitar las del rechazo y miedo al prejuicio social. Estos recursos me devolvieron el coraje por vivir tras el desconsuelo inicial y recordé que estoy en este mundo para ayudar a otros.

A pesar de las circunstancias, de los obstáculos y de la coartación de mi libertad con este protocolo, con el yoga siempre tendré un camino interior que podré recorrer para ver oportunidades y opciones con las que superar todo.

Una vez más, el yoga me recuerda que ante lo que opine el resto del mundo sobre lo que sucedió o debió suceder, la única opinión sobre mi misma que de verdad me debe importar es la mía. Yo sé que hice todo lo que estuvo en mi mano para que no sucediera y aún así sucedió. Esto me recuerda otra lección que también me enseñó el yoga: no puedo controlar las cosas, solo puedo elegir qué actitud tomar ante lo que la vida me dispone.

Y con todo esto, aprovecho para recomendar un libro que me zampé en 4 días poco antes de la visita del COVID. Se titula «El Experimento Rendición» de Michael A. Singer. Os lo recomiendo si queréis conocer la historia real de un yogui que terminó dirigiendo una gran compañía de millones de dólares, fluyendo con los acontecimientos que la vida le hacía pasar, sin resistirse. Una joya en esta pandemia chicos, os lo aseguro.

Enlace al libro: https://amzn.to/2LZOQx7

Si alguna vez os encontráis en esta tesitura covidiana o ya la habéis pasado, dejad por favor en comentarios vuestras experiencias. Me encantaría saber cómo superasteis o superáis esto.

Namaste almas bonitas.

2 Comments

  • Ana Fuentes dice:

    Totalmente cierto, creo que es una de las peores cosas que ha traído la pandemia.. esa especie de estigma social que genera todo aquel que ha tenido la buena/mala suerte de no haberse infectado. Me temo que es algo propio del ser humano, temer a todo aquello que le puede dañar y por ello, juzgarlo para sentirse en «el lado de los buenos» de los que «hacen las cosas bien». Cuando este virus está demostrando que en muchos sentidos, la suerte juega sus cartas.

    Además la propia sociedad nos hace difícil esa medida de precauciones. Imagina decirles a tus alumnos que no vas a dar la clase porque te duele la cabeza. La sentencia habría caído casi con toda seguridad.

    Al final nos queda ir haciendo día a día según cómo creemos que estamos haciendo bien. Y creo – espero- que cada día hayan más personas despertando y dándose cuenta de lo pequeños que somos todos… y lo grandes que somos unidos.

    • María José Castañer dice:

      Desde hace unos años los «sensibles» sentimos que la humanidad está despertando. Vemos con más claridad quiénes son las almas viejas y quiénes las jóvenes. Sin embargo, el que me afecten las cosas me revela que tengo lecciones por aprender, entre ellas el desapego. Si ya las hubiera aprendido todas, no estaría aquí.

      Somos una sociedad en la que el sufrimiento, o las emociones que despierta nada más sentir que se acerca a nosotros, produce reacciones tan separatistas y poco compasivas que nos obliga a «elegir un bando»: el de los que piensan que «el mundo está en su contra» o el de «te comprendo, deja que te acompañe en la medida de mis posibilidades». Es como si la dualidad se intensificara, como si entre toda una escala de grises, los intermedios fueran desapareciendo.

      Pues yo quiero seguir viendo los grises. Ante la actitud de los demás de irse a los extremos y ser extremistas/alarmistas/egocéntricos/etc yo me pronuncio y me quedo en los grises. Les diría: «gracias por tu opinión, la tendré en cuenta» y seguiría haciendo lo que siento que debo hacer, que es abrirme a los abrazos y a quien esté dispuesto a ser compasivo consigo mismo y con la humanidad.

      Besos Ana, gracias por tu comentario y tu comprensión. Te mando un abrazo grande, de los míos, ya sabes, sentidos y cariñosos. Que sigas tan humana y compasiva como siempre. Namaste.

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