“No es el abrazo de tu pareja o padre el que necesitas, es el abrazo de Dios”
Con estas palabras comienza una disertación de varios artículos sobre sentir cerca a Dios. Una forma de expresar los miedos, las frustraciones, penurias, alegrías, bendiciones y regalos que nos trae nuestra existencia y que, cuando descubres lo «más profundo», se convierten en minucias al compararlas con «sentir a Dios». Espero que estos pensamientos te inspiren tanto como a mí escribirlos.
Sentimos la ausencia de Dios demasiadas veces. No sabemos por qué pero en algún momento de nuestra vida lo sacamos de nuestro interior y empezamos a hablar de él/ella como algo externo a nosotros, separado de nosotros. Desde ese momento comenzamos a anhelar devolverlo dentro y buscamos inconscientemente y constantemente, hasta el punto de tenerlo delante y no verlo porque seguimos pensando que está más inaccesible.
“Dios está en el cielo”
“Dios está con los pobres”
“Dios es compasivo con todos menos conmigo”
“Dios no me acompaña”
“¿por qué Dios?¿por qué tuvo que sucederme a mi?”
“No creo en Dios, no estuvo con mi mujer cuando falleció”
“No he visto nada que me demuestre que Dios existe”
…
¿Te suena? Constantemente exigimos pruebas de su existencia pero es absurdo porque las tenemos delante en cuanto abrimos los ojos por la mañana. Es quien nos da el aliento de vida, quien nos da los buenos días en palabras de la primera persona que nos ve, es la manta que nos cubre al dormir, es el agua que sale de nuestro grifo, es el sol que entra por la ventana, es el bus que llega a nuestra parada justo cuando acabamos de llegar, es el compañero de trabajo que nos trae un dulce al pasar por la pastelería esta mañana, es el camarero que nos sonríe a la hora de comer, es la niñera que cuida de nuestros pequeños por la tarde, es tu pareja agotada cuando llega a casa, es la ropa que te pones para ir a dormir, es la luz que permite calentar tu agua para ducha. Pero también lo es cuando se te pincha una rueda, o cuando tu jefe se disgusta contigo, o cuando tu hijo te agota con sus juegos o cuando te tuerces un tobillo en el gimnasio. Dios está en todo pero no es bueno ni malo, es sólo un creador sin forma, color, olor… no podemos reconocerlo pero si podemos verlo porque está en todo, es una energía a tan alta vibración que constantemente está creando. Es nuestra mente, limitada por la materia, y nuestra propia convicción de que es por eso, la que quiere ponerle forma, color y olor porque así entraría dentro de nuestro escenario como queremos que entre.
“Si Dios existiera, habría evitado el accidente”,
“Dios, demuéstrame que estás conmigo curándome de esta enfermedad”
“Dios no existe porque nunca lo he visto”
“si Dios existiera evitaría las guerras”
….
Dios da todo y no quita nada. Somos nosotros los que tomamos la decisión de quitar la vida a otros, Dios no interfiere en ello. Su papel en este plano de existencia no es el de interferir. Nos otorgó el libre albedrío y lo que ocurre es consecuencia de nuestros actos, no de los suyos. No puede interferir porque entraría en juicio toda su creación.
Y comencemos por dar otra palabra a Dios. No se llama Dios. No tiene nombre. De nuevo hemos sido nosotros los que hemos caracterizado al personaje. Al no disponer de nombre, cara a nuestro intelecto, que necesita entender todo constantemente y replantea todo cientos de veces, le damos cientos de nombres: Dios, Universo, Jehová, Ala, Chrisna… Podemos llamarlo “Sin Nombre” y seguiría teniendo la misma fuerza frente a nosotros.
En el siguiente artículo cuento por qué nos sentimos tan separados de Dios. Namaste.
No me las perderé. Bravo cariño.