Desde el 1 de septiembre voy a clase de yoga cada día con el foco puesto en el curso que empiezo en poco más de una semana. Tras varias clases repitiendo las mismas asanas empecé a dudar de mi misma. Pensé que tal vez me aburriría por repetir las posturas, que me podría lesionar y que entonces, ¿qué sentido tendría haberme enfocado tanto y gastado el dinero?
Estábamos al inicio de una clase cuando me vinieron estos pensamientos y comencé a sentir miedo. Seguramente sabréis del tipo de miedo que hablo: ese que paraliza, te hace cometer fallos y en el que confiamos ciegamente por alguna extraña razón… Pero, no tiene sentido. ¿Por qué iba a dudar de mi misma si esto me hace feliz?¿por qué no iba a funcionar?… y ¿qué más da?
Por suerte, tomar la decisión de ser profesora de yoga me ha venido en un momento en que ya he practicado mucho silenciar esa vocecita cuando salta con tono de alarma cuestionando todo. Este neurótico entrometido aparece de vez en cuando y hay que estar preparado para detectarlo a tiempo porque puede llenar nuestro corazón de minas y mandarlo todo a ‘otro planeta’.
Me hice una pregunta clave:
¿cómo me siento cuando me visualizo dando clases?
…un escalofrío recorrió mi columna y me hizo sonreír.
Con energías renovadas centré mi atención en la clase y aparecieron otras dos motivaciones más. El yoga no es un mero ejercicio físico, es una forma de equilibrar diferentes tipos de estados. A medida que mejora nuestra flexibilidad corporal también lo hace la mental. A medida que mejoramos nuestro tono muscular, lo hace también nuestro ánimo. A medida que superamos niveles e intensidades de esfuerzo, también superamos experiencias de vida. Todo es un proceso y cada día es una oportunidad para mejorar, no comparándome con los demás sino conmigo misma. Mi referencia debo ser yo misma con un dia más de práctica.
Hace poco leí en «Un Curso de Milagros» que «el profesor repite las lecciones tantas veces como el alumno necesite hasta que aprenda la lección» así que el pensamiento que cambió en mí para seguir valorando las clases fue ese, ahora soy alumno y profesor al mismo tiempo. Soy paciente y comprensiva conmigo a la vez que entreno la capacidad y la concentración. Mente y cuerpo. El espíritu evoluciona paralelo a ambos y se ve representado por mi forma de actuar ante las experiencias de vida y ante otras personas.
En mitad de esa clase comencé a pensar «esto es una oportunidad para profundizar en la técnica, para mejorar mi flexibilidad, para oxigenar las articulaciones olvidadas y para aprender qué ritmo es el adecuado al nivel de los alumnos. Me estoy preparando para ser profesora de yoga, la repetición es esencial, respétala y, de paso, respétate a tí y a tu ritmo. No tengas prisa por llegar, profundiza, respira y obsérvate.»
Este pequeño renacer fue crucial para no cuestionar mi objetivo y me hizo pensar que he necesitado 40 años para ser capaz de provocarlo. Desde niños nos tendrían que enseñar a gestionar las derrotas y los éxitos para darles la importancia que tienen: NINGUNA. Sólo nos tendrían que ayudar a tomar decisiones pero no deberían definirnos o etiquetarnos.
Ahora voy a clases no sólo porque quiero ser profesora sino además, porque va a conectarme con más equilibrio al mundo que me rodea, inclusive mis futuros alumnos.
Namasté amigos.